CAPÍTULO DOS. PRIMERA PARTE.
No sabía que decir. Inconscientemente recordó el día en que le vio por primera vez. Pelo negro, ojos grises, enmarcados por largas y negras pestañas, rostro anguloso...era increíblemente atractivo. Mientras Alice se perdía en sus recuerdos, Daniel se levantaba con dificultad.
-Erik-susurró ella sin querer.
-Alice, ¿estás bien?
-S...sí-contestó volviendo a la realidad.
De repente recordó que Daniel estaba herido, se dio la vuelta para ayudarle, pero este ya estaba curado. Lo único que demostraba que hace un momento había sido atacado eran los cortes de su camiseta negra.
-¿Qué quería esa chica?-preguntó Alice sin dirigirse a nadie en particular.
-Vuestros colgantes.
Tanto Daniel como Alice se llevaron instintivamente la mano a la piedra, como si quisiesen protegerla.
-¿Y para qué querría tal cosa?-preguntó Daniel.
-No lo sé.
Los chicos no parecían llevarse muy bien, por lo que la joven decidió intervenir antes de que se empezasen a pelear de verdad.
-¿Qué tal si bajamos al salón? A mí, por mi parte, me gustaría ver cómo se encuentra Addie.
-Bien.
-Vale.
Daniel fue corriendo a sentarse con su hermana.
-Bueno...¿alguien me explica quién era esa chica y por qué ha intentado matarnos?-preguntó Alice, bastante nerviosa.
-La pregunta correcta es ¿qué era esa chica? Respuesta: un demonio.-explicó Erik.
-Y la pregunta más importante, ¿de dónde has sacado esa daga?
-De mi cinturón.
-Vale, pregunta para Dan, ¿cómo te has curado tan rápido?
-Utilizando mi estela.
-Utilizando tu...¿qué?
Sacó una especie de varita luminosa terminada en punta.
-Esto es una estela. Todo cazador de sombras ha de tener una.
-Todo, ¿cazador de sombras? Podríais ser más explícitos.
-Un cazador de sombras es un humano que tiene su sangre mezclada con la de los ángeles y se dedica a matar demonios.
-Ahhh...Ahora está todo mucho más claro.-sarcasmo.
-¿Cómo la han matado?-preguntó Erik señalando a la madre de Daniel y Addie.
-Le han hecho una runa asfixia-respondió esta última rompiendo su silencio.
-Además, su madre ha desaparecido y se suponía que debía estar aquí.-completó Daniel señalando con un movimiento de barbilla a Alice.
-Por lo que me dices, deduzco que su madre también era nefilim.
-Seguramente, mamá nos dijo que una antigua amiga cazadora de sombras estaba en Nueva York.-dijo Addie.
-Y por la Lágrima de Ángel que llevas deduzco que esa amiga era, efectivamente, su madre. Además, la has activado.-puntualizó Erik.
-Bueno, ¿y eso qué significa?
-Significa que tú también eres una cazadora de sombras.-explicó Daniel pacientemente.
-A ver si me aclaro, pretendéis que me crea que soy una cazadora de sombras, al igual que vosotros, que tengo sangre de ángel, que la chica que has matado era un demonio y que han secuestrado a mi madre por ser también como nosotros.
-¿Acaso tienes algo mejor que hacer? Estoy abierto a nuevas teorías.-replicó Daniel en tono burlón.
-Y no te olvides de que a su madre la han matado con una runa de asfixia.-completó Erik, mordaz.
-Dos preguntas:¿qué es una runa? Y ¿Qué es una Lágrima de Ángel?
-La respuesta a tu primera pregunta es que son unos tatuajes, unos permanentes y otros no, que según su significado hacen una cosa u otra. En respuesta a tu segunda pregunta, lo único que sé es que son dos piedras gemelas que cuando se activan adquieren el color del aura de la persona que los activa. Normalmente se corresponde con su color de ojos.
-En fin, supongo que no tengo ninguna teoría mejor. ¿Qué vamos a hacer?
-Pues investigar para qué sirven las piedras, averiguar qué hacían vuestras madres con ellas y qué ha sido de la tuya.
-Bien, ¿por dónde empezamos?-preguntó Addie.
-Por última vez Meredit, ¿dónde están las Lágrimas del Ángel?
-Que te jodan Cedric.
-No, que te jodan a ti.
Se inclinó y le dibujó la quinta runa de sinceridad. Había resistido bien a las otras cuatro, o relativamente bien, pero no lograría mantener la boca cerrada mucho más.
-Te lo preguntaré una vez más, ¿dónde están las piedras?
Meredit sintió ardientes deseos de confesarlo todo, pero se acordó de su hija y de todo lo que había hecho por mantenerla a salvo. Notó que el poder de las runas la vencía. La estancia se empezó a difuminar. Cada vez la veía peor. La oscuridad se cerró ante sus ojos y, dejando caer la cabeza sintió que quedaba libre de sus ataduras. Cerró los ojos con sus últimas fuerzas, pero en su último instante de vida la voluntad le falló y susurró con su último aliento:”Alice”. Mantener la boca cerrada le había costado la vida.
martes, 23 de marzo de 2010
CAPÍTULO UNO. TERCERA PARTE.
Daniel bajó corriendo las escaleras. Había oído gritar a su hermana, un grito lleno de horror y miedo. La encontró en la entrada del salón, pálida. Se estaba empezando a preocupar, nunca la había visto tan asustada.
-¿Qué ocurre?
Addie le señaló un cuerpo en el suelo, del cual se habría percatado si no hubiese estado tan preocupado ella. Frente a ambos yacía su madre, con un extraño dibujo alrededor del cuello.
Alice estaba preocupada, y mucho. Sus buenos presentimientos habían sido sustituidos por una horrible sensación de que algo iba terriblemente mal. Intentó tranquilizarse diciéndose que todo iba bien, que el grito de Addie se debía a que se le había caído el teléfono. No lo consiguió. No chillaría por eso, y mucho menos así. Había sido un grito de puro terror y espanto. Se fue a la cama, era tarde y estaba cansada, pero no logró conciliar el sueño. Decidió pasar el rato viendo la tele, pero al ir a coger el mando vio un papel con la letra de su madre: “Hola cariño:
He ido a casa de los Whitelight, volveré sobre las diez. Si tienes hambre hay sobras en la nevera. Llámame si necesitas algo.
Un beso, mamá.”
Las diez. No podía ser, ya eran las tres. La llamó al móvil. Nada. Trató de calmarse a pensando que se había quedado sin batería, o que no tenía cobertura, o que simplemente se le habría caído al suelo, pero aún así no tenía una explicación tranquilizadora para sus cinco horas de retraso. No pudo más. Se vistió y corrió a casa de Addie.
Estaba destrozada y no podía parar de llorar. Daniel no sabía mucho de su madre, siempre había estado a cargo de su padre. Se había criado en un internado de para niños ricos en Londres, pero él nunca había encajado en ese ambiente, lo que hizo que se criase prácticamente solo. Por esta razón no tenía ni idea de cómo consolar a su hermana, se limitaba a abrazarla y dejar que se desahogase. Sin embargo, tenía la sensación de que esto sólo era el principio de sus problemas y su intuición rara vez le fallaba. Y esta vez estaba en lo cierto.
-No lo entiendo, ¿por qué a mamá? ¿Quién querría…?-dijo Addie entre sollozos.
-Puede que haya sido un ladrón.
Ambos sabían que era mentira, pero les tranquilizaba esa idea, ¿qué clase de ladrón no se llevaría el portátil, la tele…? Pero estaba todo en su sitio. En ese momento llamaron a la puerta. Daniel cogió un cuchillo de la cocina y fue a abrir, era muy tarde para hacer visitas de cortesía. Le sorprendió la persona a la que encontró.
-Hola Dan, ¿está aquí mi madre?-preguntó Alice muy nerviosa.
-No-la pregunta le desconcertó-¿debería?
-Eso creo, me dejó una nota dicien…-se interrumpió al ver el cuchillo-¿Qué haces con un cuchillo?
-No solemos recibir visitas a las tres de la mañana.
En ese momento Addie apareció junto a su hermano. Su pelo castaño oscuro y rizado hacía resaltar la palidez de su cara. Tenía la cara húmeda y sus ojos negros azul claro estaban hinchados de tanto llorar.
-Addie, ¿estás bien?
Negó con la cabeza y la abrazó, volviendo a llorar sobre su hombro. Cuando acabó de llorar la condujo de nuevo al sillón mientras Daniel dejaba el cuchillo luego la condujo al salón para que pudiese ver el motivo de tristeza de Addie. Alice se puso blanca.
-No es que quiera aumentar tu intranquilidad, pero si se supone que tu madre estaba aquí…-dejó la frase sin acabar, pero fue suficiente.
-Ya me había dado cuenta, pero no era necesario decirlo.
Un ruido procedente del piso superior evitó que se pusiesen a discutir en serio. Ambos corrieron escaleras arriba. Una joven hermosa, con los ojos de un verde brillante y el pelo del mismo tono rojo que la sangre rebuscaba entre las cosas de su madre. Levantó la vista cuando entraron en el cuarto para posarlos sobre el colgante de Alice.
-Eso-dijo, y empezó a caminar hacia ella.
Daniel se interpuso entre ambas, desarmado, y la chica se lanzó hacia él con las garras por delante. Gritó de dolor cuando le arañó en el pecho, dejando al descubierto un colgante idéntico al de Alice, sólo que ese tenía el mismo tono azul oscuro de los ojos del muchacho. La joven sonrió al verlo dejando al descubierto unos dientes blancos, perfectos y muy afilados, pero la sonrisa se transformó en una mueca de asombro cuando cayó sobre Daniel, muerta, con una daga clavada por la espalda, atravesándole el corazón. Alice, paralizada hasta el momento, dirigió la vista hacia la persona que les había salvado. No podía ser. Erik Knightlife, el chico de sus sueños desde que vino a su instituto estaba allí y acababa de salvarlos.
Daniel bajó corriendo las escaleras. Había oído gritar a su hermana, un grito lleno de horror y miedo. La encontró en la entrada del salón, pálida. Se estaba empezando a preocupar, nunca la había visto tan asustada.
-¿Qué ocurre?
Addie le señaló un cuerpo en el suelo, del cual se habría percatado si no hubiese estado tan preocupado ella. Frente a ambos yacía su madre, con un extraño dibujo alrededor del cuello.
Alice estaba preocupada, y mucho. Sus buenos presentimientos habían sido sustituidos por una horrible sensación de que algo iba terriblemente mal. Intentó tranquilizarse diciéndose que todo iba bien, que el grito de Addie se debía a que se le había caído el teléfono. No lo consiguió. No chillaría por eso, y mucho menos así. Había sido un grito de puro terror y espanto. Se fue a la cama, era tarde y estaba cansada, pero no logró conciliar el sueño. Decidió pasar el rato viendo la tele, pero al ir a coger el mando vio un papel con la letra de su madre: “Hola cariño:
He ido a casa de los Whitelight, volveré sobre las diez. Si tienes hambre hay sobras en la nevera. Llámame si necesitas algo.
Un beso, mamá.”
Las diez. No podía ser, ya eran las tres. La llamó al móvil. Nada. Trató de calmarse a pensando que se había quedado sin batería, o que no tenía cobertura, o que simplemente se le habría caído al suelo, pero aún así no tenía una explicación tranquilizadora para sus cinco horas de retraso. No pudo más. Se vistió y corrió a casa de Addie.
Estaba destrozada y no podía parar de llorar. Daniel no sabía mucho de su madre, siempre había estado a cargo de su padre. Se había criado en un internado de para niños ricos en Londres, pero él nunca había encajado en ese ambiente, lo que hizo que se criase prácticamente solo. Por esta razón no tenía ni idea de cómo consolar a su hermana, se limitaba a abrazarla y dejar que se desahogase. Sin embargo, tenía la sensación de que esto sólo era el principio de sus problemas y su intuición rara vez le fallaba. Y esta vez estaba en lo cierto.
-No lo entiendo, ¿por qué a mamá? ¿Quién querría…?-dijo Addie entre sollozos.
-Puede que haya sido un ladrón.
Ambos sabían que era mentira, pero les tranquilizaba esa idea, ¿qué clase de ladrón no se llevaría el portátil, la tele…? Pero estaba todo en su sitio. En ese momento llamaron a la puerta. Daniel cogió un cuchillo de la cocina y fue a abrir, era muy tarde para hacer visitas de cortesía. Le sorprendió la persona a la que encontró.
-Hola Dan, ¿está aquí mi madre?-preguntó Alice muy nerviosa.
-No-la pregunta le desconcertó-¿debería?
-Eso creo, me dejó una nota dicien…-se interrumpió al ver el cuchillo-¿Qué haces con un cuchillo?
-No solemos recibir visitas a las tres de la mañana.
En ese momento Addie apareció junto a su hermano. Su pelo castaño oscuro y rizado hacía resaltar la palidez de su cara. Tenía la cara húmeda y sus ojos negros azul claro estaban hinchados de tanto llorar.
-Addie, ¿estás bien?
Negó con la cabeza y la abrazó, volviendo a llorar sobre su hombro. Cuando acabó de llorar la condujo de nuevo al sillón mientras Daniel dejaba el cuchillo luego la condujo al salón para que pudiese ver el motivo de tristeza de Addie. Alice se puso blanca.
-No es que quiera aumentar tu intranquilidad, pero si se supone que tu madre estaba aquí…-dejó la frase sin acabar, pero fue suficiente.
-Ya me había dado cuenta, pero no era necesario decirlo.
Un ruido procedente del piso superior evitó que se pusiesen a discutir en serio. Ambos corrieron escaleras arriba. Una joven hermosa, con los ojos de un verde brillante y el pelo del mismo tono rojo que la sangre rebuscaba entre las cosas de su madre. Levantó la vista cuando entraron en el cuarto para posarlos sobre el colgante de Alice.
-Eso-dijo, y empezó a caminar hacia ella.
Daniel se interpuso entre ambas, desarmado, y la chica se lanzó hacia él con las garras por delante. Gritó de dolor cuando le arañó en el pecho, dejando al descubierto un colgante idéntico al de Alice, sólo que ese tenía el mismo tono azul oscuro de los ojos del muchacho. La joven sonrió al verlo dejando al descubierto unos dientes blancos, perfectos y muy afilados, pero la sonrisa se transformó en una mueca de asombro cuando cayó sobre Daniel, muerta, con una daga clavada por la espalda, atravesándole el corazón. Alice, paralizada hasta el momento, dirigió la vista hacia la persona que les había salvado. No podía ser. Erik Knightlife, el chico de sus sueños desde que vino a su instituto estaba allí y acababa de salvarlos.
CAPÍTULO UNO. SEGUNDA PARTE.
Solo le quedaba esperar. Normalmente encontraba algo con lo que entretenerse durante la espera, pero hoy estaba impaciente por conocer a la persona que su amiga quería que conociese. Tenía un buen presentimiento. Vivía bastante cerca de Central Park, lo cual hizo que llegase antes de la hora prevista. Bajo el sol abrasador los minutos se hicieron eternos. Por fin dieron las cinco, y Addie apareció seguida de un chico alto, rubio, de rostro angelical, y unos ojos azules como zafiros que la atraían como a un imán…Volvió a concentrarse en su amiga, que ya hacía demasiado calor como para andar subiéndose la temperatura con angelitos rubios. Llevaba bajo el brazo una cajita envuelta en papel de vivos colores, que le tendió nada más llegar a su altura.
-¡Felicidades Ali!
El regalo consistía en un mp4 fucsia que, supuso, ya tendría la memoria llena de sus canciones favoritas.
-¿Te acuerdas que te dije que quería que conocieses a alguien? Bueno, pues este es mi hermano Daniel. Daniel, esta es Alice Rightlight, mi mejor amiga.-dijo en su tono más formal.
-Encantada Alice.-dijo Daniel sonriendo.
Aquellas palabras la devolvieron a la realidad, ya que se había quedado embobada mirando los atrayentes ojos del chico y su encantadora y perfecta sonrisa.
-Lo…lo mismo digo.-logró responderle al fin.
Cuando entraron en el parque Addie se colocó al lado de Alice.
-Te gusta.
-No, quiero decir, nunca me dijiste que tuvieses un hermano.
-Ya, ya…lo que quieres decir es: ¿por qué no me lo presentaste antes? A lo cual yo respondería: porque estaba en un internado en Londres.
Los padres de Addie estaban separados, pero por lo menos ella sabía quién era su padre y dónde estaba. Alice lo único que sabía de su padre era que tenía uno, o que al menos, lo tuvo.
-¿Y qué hace en Nueva York?
-Le echaron del internado por hacer explotar las tuberías del edificio, así que pasa el verano con mi madre.
-Cierto, y volvería a hacerlo. Fue lo más interesante que conseguí hacer en ese internado para niñatos pijos.- la voz de Daniel las sobresaltó a ambas.
-¿Cuánto tiempo llevas escuchando?-preguntó Addie cabreada.
-El suficiente como para saber que la conversación era interesante.
-¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?
-Bueno, ¿no es evidente? Estabais hablando de mí.
Con este comentario Daniel subió la barbilla en un claro gesto de orgullo. El resto de la tarde hablaron de cosas como música y televisión, en los cuales para regocijo de Addie, Daniel no tuvo ocasión de presumir. Cuando se les hizo tarde, acompañaron a Alice a su casa. Ella y Addie se despidieron con un abrazo y un “luego hablamos” que indicaba que la llamaría nada más llegar a casa. Daniel, por su parte, esperó a que su hermana se alejara un poco para despedirse. Cuando lo hizo, se inclinó y la besó en la mejilla. Ésta, sorprendida, se olvidó hasta de cómo respirar.
-Feliz cumpleaños Alice.-le susurró Daniel al oído.
-G…gracias Daniel.-dijo ella sintiendo cómo un color rojo intenso acudía a sus mejillas.
-Y puedes llamarme Dan.-le dijo este sonriéndole.
Acto seguido, el chico dio media vuelta y fue a reunirse con su hermana, que miraba a Alice entusiasmada y con la boca abierta, en parte por lo que acababa de presenciar, en parte porque ahora tenía un tema de conversación de los que le gustaban. Alice sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y, tras varios intentos, logró abrir la puerta. Dentro, la casa estaba oscura, pero apenas lo notó. Tampoco notó la ausencia de su madre, ni echó de menos su rutinario comentario de saludo. La casa de Addie no estaba muy lejos de la suya y no tardaría en llamar, por lo que tenía poco tiempo para tranquilizarse si no quería que Daniel y ella fuesen el tema de conversación durante el resto de las vacaciones de verano, y estaban a principios. Fue corriendo al baño para lavarse la cara con agua fría, pero llamó antes de que tuviese tiempo de secarse. En cuanto descolgó el teléfono su amiga le comunicó su meditada observación:
-Te gusta.
-Addie, no empieces.
-Venga ya, si hasta la manzana de Blancanieves estaba mucho menos roja que tú.
-Ja, ja, rió sin ganas. Además, es dos años mayor que yo.
-¿Y?
-¿Cómo que “y”? ¿A ti qué te parece?
-Pues a mí me parece que él te gusta a ti y que tú le gustas a él.
-¿En serio?-para desgracia de Alice, no supo contener su tono esperanzado.
-¡Lo sabía! ¡Sabía que te gustaba!
-Bueno, vale, sí, puede que me guste un poco. Pero responde a la pregunta.
-Sí, en serio, y no me creo que sea sólo un poco.
-Está bien, mucho, ¿contenta?
-Muchísimo, no sabes cuánto me a…-calló.
-¿Addie?
De repente Addie chilló, después se oyó un golpe sordo, seguido del monótono pitido de la línea al cortarse.
Solo le quedaba esperar. Normalmente encontraba algo con lo que entretenerse durante la espera, pero hoy estaba impaciente por conocer a la persona que su amiga quería que conociese. Tenía un buen presentimiento. Vivía bastante cerca de Central Park, lo cual hizo que llegase antes de la hora prevista. Bajo el sol abrasador los minutos se hicieron eternos. Por fin dieron las cinco, y Addie apareció seguida de un chico alto, rubio, de rostro angelical, y unos ojos azules como zafiros que la atraían como a un imán…Volvió a concentrarse en su amiga, que ya hacía demasiado calor como para andar subiéndose la temperatura con angelitos rubios. Llevaba bajo el brazo una cajita envuelta en papel de vivos colores, que le tendió nada más llegar a su altura.
-¡Felicidades Ali!
El regalo consistía en un mp4 fucsia que, supuso, ya tendría la memoria llena de sus canciones favoritas.
-¿Te acuerdas que te dije que quería que conocieses a alguien? Bueno, pues este es mi hermano Daniel. Daniel, esta es Alice Rightlight, mi mejor amiga.-dijo en su tono más formal.
-Encantada Alice.-dijo Daniel sonriendo.
Aquellas palabras la devolvieron a la realidad, ya que se había quedado embobada mirando los atrayentes ojos del chico y su encantadora y perfecta sonrisa.
-Lo…lo mismo digo.-logró responderle al fin.
Cuando entraron en el parque Addie se colocó al lado de Alice.
-Te gusta.
-No, quiero decir, nunca me dijiste que tuvieses un hermano.
-Ya, ya…lo que quieres decir es: ¿por qué no me lo presentaste antes? A lo cual yo respondería: porque estaba en un internado en Londres.
Los padres de Addie estaban separados, pero por lo menos ella sabía quién era su padre y dónde estaba. Alice lo único que sabía de su padre era que tenía uno, o que al menos, lo tuvo.
-¿Y qué hace en Nueva York?
-Le echaron del internado por hacer explotar las tuberías del edificio, así que pasa el verano con mi madre.
-Cierto, y volvería a hacerlo. Fue lo más interesante que conseguí hacer en ese internado para niñatos pijos.- la voz de Daniel las sobresaltó a ambas.
-¿Cuánto tiempo llevas escuchando?-preguntó Addie cabreada.
-El suficiente como para saber que la conversación era interesante.
-¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?
-Bueno, ¿no es evidente? Estabais hablando de mí.
Con este comentario Daniel subió la barbilla en un claro gesto de orgullo. El resto de la tarde hablaron de cosas como música y televisión, en los cuales para regocijo de Addie, Daniel no tuvo ocasión de presumir. Cuando se les hizo tarde, acompañaron a Alice a su casa. Ella y Addie se despidieron con un abrazo y un “luego hablamos” que indicaba que la llamaría nada más llegar a casa. Daniel, por su parte, esperó a que su hermana se alejara un poco para despedirse. Cuando lo hizo, se inclinó y la besó en la mejilla. Ésta, sorprendida, se olvidó hasta de cómo respirar.
-Feliz cumpleaños Alice.-le susurró Daniel al oído.
-G…gracias Daniel.-dijo ella sintiendo cómo un color rojo intenso acudía a sus mejillas.
-Y puedes llamarme Dan.-le dijo este sonriéndole.
Acto seguido, el chico dio media vuelta y fue a reunirse con su hermana, que miraba a Alice entusiasmada y con la boca abierta, en parte por lo que acababa de presenciar, en parte porque ahora tenía un tema de conversación de los que le gustaban. Alice sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y, tras varios intentos, logró abrir la puerta. Dentro, la casa estaba oscura, pero apenas lo notó. Tampoco notó la ausencia de su madre, ni echó de menos su rutinario comentario de saludo. La casa de Addie no estaba muy lejos de la suya y no tardaría en llamar, por lo que tenía poco tiempo para tranquilizarse si no quería que Daniel y ella fuesen el tema de conversación durante el resto de las vacaciones de verano, y estaban a principios. Fue corriendo al baño para lavarse la cara con agua fría, pero llamó antes de que tuviese tiempo de secarse. En cuanto descolgó el teléfono su amiga le comunicó su meditada observación:
-Te gusta.
-Addie, no empieces.
-Venga ya, si hasta la manzana de Blancanieves estaba mucho menos roja que tú.
-Ja, ja, rió sin ganas. Además, es dos años mayor que yo.
-¿Y?
-¿Cómo que “y”? ¿A ti qué te parece?
-Pues a mí me parece que él te gusta a ti y que tú le gustas a él.
-¿En serio?-para desgracia de Alice, no supo contener su tono esperanzado.
-¡Lo sabía! ¡Sabía que te gustaba!
-Bueno, vale, sí, puede que me guste un poco. Pero responde a la pregunta.
-Sí, en serio, y no me creo que sea sólo un poco.
-Está bien, mucho, ¿contenta?
-Muchísimo, no sabes cuánto me a…-calló.
-¿Addie?
De repente Addie chilló, después se oyó un golpe sordo, seguido del monótono pitido de la línea al cortarse.
CAPÍTULO UNO. PRIMERA PARTE.
-¡No!
Alice se despertó chillando. Aquella pesadilla había sido mucho peor que las demás. Llevaba con esos malditos sueños dos meses, algunos repetidos y otros nuevos, como este. Hacía calor en la habitación, lo cual era normal estando en pleno verano en Manhattan. Se levantó y abrió la ventana, pero el calor no se le iba. Decidió darse una ducha fría. Se contempló en el espejo mientras se secaba el pelo rubio, muy claro y liso. Era bastante bajita para su edad, de piel pálida, un verdadero incordio para ella, que se sonrojaba con facilidad debido a su timidez. Miró sus ojos, violetas, le gustaban pero cada vez que los contemplaba se preguntaba a quién habría salido en ese rasgo. Salió del baño, se vistió y bajó a desayunar. Todavía tenía en la garganta la sensación de asfixia que le había proporcionado su pesadilla. Llegó a la cocina.
-¡Felicidades princesa! ¿Qué tal has dormido hoy?
La pregunta era pura rutina y la respuesta, igual, por lo que su madre se levantó sin esperar ésta última y la abrazó con todas sus fuerzas.
-¡Mamá que me ahogas!-dijo Alice fingiendo una sonrisa. Aún respiraba con dificultad.
-Lo siento hija, pero es que ya tienes quince años, y todavía me parece que fue ayer cuando te acunaba en mis brazos…
Todos los cumpleaños el mismo comentario, no fallaba. Alice sonrió interiormente mientras su madre se perdía en sus ensoñaciones. Empezó a desayunar despacio. De repente, más pronto que de costumbre, su madre pareció despertar de sus recuerdos. Le sonreía.
-Toma, tu regalo-dijo entusiasmada mientras le tendía una cajita blanca con un lacito rosa de adorno.
Alice la abrió. En cuanto vio lo que había dentro se le escapó una exclamación ahogada. ¡Era precioso! Una fina cadena de plata de la cual colgaba un precioso cristal en forma de gota, más puro que un diamante, pero infinitamente más frágil. Se lo colgó en el cuello e, inmediatamente, el cristal se tornó del mismo tono violeta que sus ojos. Miró sorprendida hacia su madre, pero esta permanecía ajena a todo fregando los platos del desayuno mientras canturreaba canciones desconocidas para Alice, o, por el contrario, si lo había visto, lo cual le pareció improbable, no pareció sorprenderse. Volvió a concentrarse en su colgante, pero un agudo pitido la sacó de su ensoñación. Descolgó el teléfono y lo mantuvo a una prudente distancia de su oreja, a sabiendas de lo que venía a continuación:
-¡¡FELICIDADES ENANA!!-le chilló Addie desde el otro lado de la línea.
Addie, Adelina, era su mejor amiga desde el parvulario, y, cómo no, la muy graciosilla le ponía motecitos como enana, canija, pequeñaja…, cariñosamente, debido a su corta estatura y su delgada figura.
-Gracias, pero no hacía falta que gritases tanto, te habría oído igual y estaría un poco menos sorda-respondió Alice entre risas.
-Me alegra saber que te despiertas de tan sarcástico humor cumpleañera. Bueno, ¿dónde te apetece quedar esta tarde? Hoy te voy a presentar a alguien.
-Pues…nos vemos a la entrada de Central Park a las cinco. ¿A quién me quieres presentar?
-Ya lo verás, ¡hasta las cinco!-y colgó.
Alice colgó también. ¿A quién le querría presentar? Conociéndola se llevaría una buena sorpresa, eso seguro, y no le gustaban las sorpresas, sobre todo con las presentaciones de personas de Addie, pero, para su desgracia y desesperación, por mucho que la llamase e insistiese no lograría sonsacarle nada. Era una tumba para lo que quería.
-¡No!
Alice se despertó chillando. Aquella pesadilla había sido mucho peor que las demás. Llevaba con esos malditos sueños dos meses, algunos repetidos y otros nuevos, como este. Hacía calor en la habitación, lo cual era normal estando en pleno verano en Manhattan. Se levantó y abrió la ventana, pero el calor no se le iba. Decidió darse una ducha fría. Se contempló en el espejo mientras se secaba el pelo rubio, muy claro y liso. Era bastante bajita para su edad, de piel pálida, un verdadero incordio para ella, que se sonrojaba con facilidad debido a su timidez. Miró sus ojos, violetas, le gustaban pero cada vez que los contemplaba se preguntaba a quién habría salido en ese rasgo. Salió del baño, se vistió y bajó a desayunar. Todavía tenía en la garganta la sensación de asfixia que le había proporcionado su pesadilla. Llegó a la cocina.
-¡Felicidades princesa! ¿Qué tal has dormido hoy?
La pregunta era pura rutina y la respuesta, igual, por lo que su madre se levantó sin esperar ésta última y la abrazó con todas sus fuerzas.
-¡Mamá que me ahogas!-dijo Alice fingiendo una sonrisa. Aún respiraba con dificultad.
-Lo siento hija, pero es que ya tienes quince años, y todavía me parece que fue ayer cuando te acunaba en mis brazos…
Todos los cumpleaños el mismo comentario, no fallaba. Alice sonrió interiormente mientras su madre se perdía en sus ensoñaciones. Empezó a desayunar despacio. De repente, más pronto que de costumbre, su madre pareció despertar de sus recuerdos. Le sonreía.
-Toma, tu regalo-dijo entusiasmada mientras le tendía una cajita blanca con un lacito rosa de adorno.
Alice la abrió. En cuanto vio lo que había dentro se le escapó una exclamación ahogada. ¡Era precioso! Una fina cadena de plata de la cual colgaba un precioso cristal en forma de gota, más puro que un diamante, pero infinitamente más frágil. Se lo colgó en el cuello e, inmediatamente, el cristal se tornó del mismo tono violeta que sus ojos. Miró sorprendida hacia su madre, pero esta permanecía ajena a todo fregando los platos del desayuno mientras canturreaba canciones desconocidas para Alice, o, por el contrario, si lo había visto, lo cual le pareció improbable, no pareció sorprenderse. Volvió a concentrarse en su colgante, pero un agudo pitido la sacó de su ensoñación. Descolgó el teléfono y lo mantuvo a una prudente distancia de su oreja, a sabiendas de lo que venía a continuación:
-¡¡FELICIDADES ENANA!!-le chilló Addie desde el otro lado de la línea.
Addie, Adelina, era su mejor amiga desde el parvulario, y, cómo no, la muy graciosilla le ponía motecitos como enana, canija, pequeñaja…, cariñosamente, debido a su corta estatura y su delgada figura.
-Gracias, pero no hacía falta que gritases tanto, te habría oído igual y estaría un poco menos sorda-respondió Alice entre risas.
-Me alegra saber que te despiertas de tan sarcástico humor cumpleañera. Bueno, ¿dónde te apetece quedar esta tarde? Hoy te voy a presentar a alguien.
-Pues…nos vemos a la entrada de Central Park a las cinco. ¿A quién me quieres presentar?
-Ya lo verás, ¡hasta las cinco!-y colgó.
Alice colgó también. ¿A quién le querría presentar? Conociéndola se llevaría una buena sorpresa, eso seguro, y no le gustaban las sorpresas, sobre todo con las presentaciones de personas de Addie, pero, para su desgracia y desesperación, por mucho que la llamase e insistiese no lograría sonsacarle nada. Era una tumba para lo que quería.
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