CAPÍTULO UNO. TERCERA PARTE.
Daniel bajó corriendo las escaleras. Había oído gritar a su hermana, un grito lleno de horror y miedo. La encontró en la entrada del salón, pálida. Se estaba empezando a preocupar, nunca la había visto tan asustada.
-¿Qué ocurre?
Addie le señaló un cuerpo en el suelo, del cual se habría percatado si no hubiese estado tan preocupado ella. Frente a ambos yacía su madre, con un extraño dibujo alrededor del cuello.
Alice estaba preocupada, y mucho. Sus buenos presentimientos habían sido sustituidos por una horrible sensación de que algo iba terriblemente mal. Intentó tranquilizarse diciéndose que todo iba bien, que el grito de Addie se debía a que se le había caído el teléfono. No lo consiguió. No chillaría por eso, y mucho menos así. Había sido un grito de puro terror y espanto. Se fue a la cama, era tarde y estaba cansada, pero no logró conciliar el sueño. Decidió pasar el rato viendo la tele, pero al ir a coger el mando vio un papel con la letra de su madre: “Hola cariño:
He ido a casa de los Whitelight, volveré sobre las diez. Si tienes hambre hay sobras en la nevera. Llámame si necesitas algo.
Un beso, mamá.”
Las diez. No podía ser, ya eran las tres. La llamó al móvil. Nada. Trató de calmarse a pensando que se había quedado sin batería, o que no tenía cobertura, o que simplemente se le habría caído al suelo, pero aún así no tenía una explicación tranquilizadora para sus cinco horas de retraso. No pudo más. Se vistió y corrió a casa de Addie.
Estaba destrozada y no podía parar de llorar. Daniel no sabía mucho de su madre, siempre había estado a cargo de su padre. Se había criado en un internado de para niños ricos en Londres, pero él nunca había encajado en ese ambiente, lo que hizo que se criase prácticamente solo. Por esta razón no tenía ni idea de cómo consolar a su hermana, se limitaba a abrazarla y dejar que se desahogase. Sin embargo, tenía la sensación de que esto sólo era el principio de sus problemas y su intuición rara vez le fallaba. Y esta vez estaba en lo cierto.
-No lo entiendo, ¿por qué a mamá? ¿Quién querría…?-dijo Addie entre sollozos.
-Puede que haya sido un ladrón.
Ambos sabían que era mentira, pero les tranquilizaba esa idea, ¿qué clase de ladrón no se llevaría el portátil, la tele…? Pero estaba todo en su sitio. En ese momento llamaron a la puerta. Daniel cogió un cuchillo de la cocina y fue a abrir, era muy tarde para hacer visitas de cortesía. Le sorprendió la persona a la que encontró.
-Hola Dan, ¿está aquí mi madre?-preguntó Alice muy nerviosa.
-No-la pregunta le desconcertó-¿debería?
-Eso creo, me dejó una nota dicien…-se interrumpió al ver el cuchillo-¿Qué haces con un cuchillo?
-No solemos recibir visitas a las tres de la mañana.
En ese momento Addie apareció junto a su hermano. Su pelo castaño oscuro y rizado hacía resaltar la palidez de su cara. Tenía la cara húmeda y sus ojos negros azul claro estaban hinchados de tanto llorar.
-Addie, ¿estás bien?
Negó con la cabeza y la abrazó, volviendo a llorar sobre su hombro. Cuando acabó de llorar la condujo de nuevo al sillón mientras Daniel dejaba el cuchillo luego la condujo al salón para que pudiese ver el motivo de tristeza de Addie. Alice se puso blanca.
-No es que quiera aumentar tu intranquilidad, pero si se supone que tu madre estaba aquí…-dejó la frase sin acabar, pero fue suficiente.
-Ya me había dado cuenta, pero no era necesario decirlo.
Un ruido procedente del piso superior evitó que se pusiesen a discutir en serio. Ambos corrieron escaleras arriba. Una joven hermosa, con los ojos de un verde brillante y el pelo del mismo tono rojo que la sangre rebuscaba entre las cosas de su madre. Levantó la vista cuando entraron en el cuarto para posarlos sobre el colgante de Alice.
-Eso-dijo, y empezó a caminar hacia ella.
Daniel se interpuso entre ambas, desarmado, y la chica se lanzó hacia él con las garras por delante. Gritó de dolor cuando le arañó en el pecho, dejando al descubierto un colgante idéntico al de Alice, sólo que ese tenía el mismo tono azul oscuro de los ojos del muchacho. La joven sonrió al verlo dejando al descubierto unos dientes blancos, perfectos y muy afilados, pero la sonrisa se transformó en una mueca de asombro cuando cayó sobre Daniel, muerta, con una daga clavada por la espalda, atravesándole el corazón. Alice, paralizada hasta el momento, dirigió la vista hacia la persona que les había salvado. No podía ser. Erik Knightlife, el chico de sus sueños desde que vino a su instituto estaba allí y acababa de salvarlos.
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